sábado, 18 de abril de 2009

Rutina


Bajé las escaleras que me conducían al metro con prisas, tenía una reunión y no podía permitirme llegar tarde otra vez. Pasé el billete rápidamente y me dirigí al andén a esperar al tren, en el cartel de información ponía que llegaría en dos minutos. Miré por décima vez mi reloj, aun me quedaba media hora. Antes de oír el ruido que producían las ruedas al chocar con las vías, sentí un leve temblor en la tierra, sutil, pero perceptible, y pronto se pudo ver las luces del tren alumbrando el mal iluminado pasillo en el que me encontraba. Se paró lentamente, demasiado lento para mi gusto, haciendo chirriar levemente las ruedas, con un sonido un poco desagradable aunque familiar. Subí junto con las demás personas que esperaban impacientes como yo su llegada, al parecer todos teníamos prisas. No había mucha gente, por lo que me senté en uno de los sitios que estaban libres. Era bastante incómodo, ¿pero qué asientos son cómodos cuando se trata del transporte público? Me relajé un poco, fijándome en las personas que me rodeaban. Una mujer mayor mirando con ternura a su nieto. Una pareja de enamorados susurrándose cosas en el oído. Un joven escuchando música con la mirada perdida. Una chica tocando la guitarra para ganar dinero. Observé con más atención, evadiéndome de todo lo que me rodeaba. Reflexionaba mirando la ventanilla. Cada uno parecía tener una historia, algo que lo hacía único, todos eran diferentes. Sentí una sensación que me costó reconocer al principio, finalmente supe qué era, armonía. Por una vez, me olvidé de por qué estaba allí y me sentí parte de algo... del universo. Estaba en armonía con él.

1 comentario:

Lucía dijo...

Marina, me encanta todo lo que escribes, aunque este ha sido uno de mis preferidos.