La noche oscura era iluminada vagamente con el titilar de las farolas. La brisa apenas traía sonido alguno. El aleteo de un par de murciélagos desorientados. El motor de un coche traqueteando en la lejanía. Los televisores de las casas vecinas sonando. Y un leve murmullo, un murmullo extraño, proveniente del cementerio, a las afueras de la ciudad.
El cementerio era un lugar oscuro, carente de vida, muerto... o eso pensaba la gente.
- Aún recuerdo aquel día que marcó mi vida...
- ¡Más bien tu muerte! - el resto de las "personas" rieron su absurda gracia.
Jhon, un antiguo general de guerra, se levantó de su tumba, sus huesos crujían con cada movimiento realizado. Se sentó al lado de uno de los nuevos, Alex. Este estaba tumbado mirando el cielo estrellado con añoranza en los ojos.
- ¡Eh, tú, novato! ¿Te apuntas a una partida? - le dijo Jhon mientras se incorporaba y se encaminaba cojeando, al parecer había perdido la tibia en una apuesta y ahora estaba desaparecida, a un viejo grupo de fantasmas del que salían numerosas carcajadas que surcaban la noche.
- No tengo ganas - susurró Alex. Él pensaba que la vida de un muerto sería más divertida que eso, pero no. Solo podía salir de su tumba cuando la oscuridad hacía tiempo que había caído y no podía cruzar las verjas del cementerio. Aquello era horrible.
- Ya te acostumbrarás a esto - le sonrió Alma.
Alex se incorporó sorprendido. Tragó saliva nervioso, ella le estaba hablando. Alma era lo único que merecía la pena de allí. Ella también había muerto hacía poco, pero lo sobrellevaba bien, muy bien para ser sinceros, hasta parecía gustarle la idea de estar muerta.
- Es imposible acostumbrarse a esto. Hasta me parece más aburrido que vivir, si no estuviera ya muerto me moriría de aburrimiento - aquellas palabras lograron sacarle a Alma una enorme sonrisa junto con un par de risas.
- La muerte es así de aburrida porque tú quieres - se sentó a su lado -. Yo aquí me lo paso genial. He encontrado mi lugar y siempre se puede hacer algo. Como por ejemplo jugar a las cartas con los fantasmas de la segunda guerra mundial, te sorprendería lo graciosos que son. O gastarles bromas a alguno de los más viejos, con los años se han vuelto más cascarrabias - rió con alegría.
La verdad es que aquello no sonaba tan mal, al menos de su boca. Pensándolo detenidamente tenía una eternidad para divertirse...
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