lunes, 1 de junio de 2009

La vida real


Una figura se recorta en la orilla al atardecer. Sus pasos sobre la arena mojada inundan mis oídos, creando una melodía con una armonía atrayente. Las olas rompen contra las rocas con fuerza, el mar está embravecido. Escalofríos recorren mi espalda sin razón aparente. No hay nadie en la playa, sus pasos se han dejado de oír. Miro a mi alrededor, ya ha oscurecido, las estrellas iluminan mi noche sin luna. Decido dar un breve paseo, deseo sentir las frías gotas de agua salada rozar mis desnudos tobillos, que el olor que trae el viento entre en mis pulmones y me llenen de recuerdos. Camino sin rumbo fijo, intentando sin éxito encontrar mi lugar en el mundo. 
Suspiro. 
La noche se cierne sobre mí rápidamente, el día se termina. Debo regresar con ellos, con mi familia. Desearía escapar y encontrar el lugar al que pertenezco, pero me quedo aquí por ellos. Les quiero, mi ausencia los destrozaría, lo sé. Cierro los ojos, el agua salpica mi rostro, despidiéndome como cada noche. Los vuelvo a abrir, de repente todo parece más claro, con algún sentido.
Sonrío. 
Como cada día, al final de este, todo se torna fácil, sin complicaciones. Aunque solo es una ilusión, mi mente siempre crea fantasías imposibles para hacerme sentir bien conmigo misma. Pero, a la mañana siguiente, todo vuelve a ser la cruda realidad. Me voy, dejando mis huellas en el camino.

1 comentario:

Lucía dijo...

Me gusta muchísimo, ese aire que le das a los textos me encanta.