- ¿Cuál es el plan? - susurré mientras aún estaba en sus brazos, notaba como mi corazón latía con fuerza, cosa que me era incapaz de parar. Además sentía algo en mi interior, algo que no había sentido antes, pero no sabía qué era, al menos, de momento.
- Hay un modo de que recuperes tu vida - acarició mi mejilla con la punta de sus dedos, provocándome un escalofrío de placer, eso pareció hacerle sonreír - , puede que no te guste mi idea, pero es la única posibilidad que hay para que no te quedes en coma para siempre.
Mi rostro se descompuso al oír esa mención sobre mi coma, hasta pensar en la palabra me hizo agarrarme con más fuerza a Sayler, que ese era su nombre, el nombre de mi ángel. Yo me imaginé que sería algo más convencional como Gabriel, pero su nombre me fascinó tanto como él. Sayler al ver mi reacción me abrazo con más ímpetu antes de volver a hablar, en un tono tranquilizador y seguro.
- Sé que es duro hablar del tema, pero tienes que ser fuerte.
Tragué saliva un par de veces, me era difícil hablar del tema sin ponerme a llorar de nuevo, pero mis ojos se mantendrían secos, volví a repetir mi pregunta inicial.
- ¿Cuál es el plan? - me dedicó una media sonrisa que hizo que el color volviera a mis mejillas. Un leve rubor que me hizo esconder la cara en su hombro. Al estar tan cerca de él podía saber cómo olía, distinguí una fragancia a pino y a flores silvestres. Mi mente divagó en pequeñas fantasías. Él y yo en mitad de un campo, abrazados, disfrutando de la compañía y del contacto del otro. Mi rostro se iluminó.
- Es simple y efectivo. Daré mis alas por ti.
La sonrisa desapareció de mi cara. Le miré con horror, ¿qué quería decir con eso? ¿Qué me iba a dejar? ¿Qué no le iba a volver a ver? ¿Qué él iba a... a morir? Nada de eso me gustaba, todo era terrible. Tenía que haber otra solución. No podía terminar así, no quería estar así.
- ¿Qué? - logré decir finalmente, la desesperación se palpaba claramente en el tono de mi voz. Las lágrimas deseaban salir, pero yo no iba a permitir que Sayler me viera así otra vez, no se lo merecía.
- Voy a dar mis alas para que recuperes tu vida - repitió lentamente - . No recordarás nada de todo esto cuando te despiertes - iba a preguntarle por qué, pero no hizo falta - , porque le pedí a, digámosle, "mi jefe" que me dejase conocerte personalmente antes de que entregase mis alas. Quería conocerte, verás, yo...
Parecía no encontrar las palabras adecuadas. No sabía qué quería decrime, pero yo deseaba oír algo que era imposible, quería oír que me quería. Su preocupación por mí me hizo sentirme especial, le importaba, le importaba mucho, tanto como para dar lo más valioso que tenía para que yo viviese, aunque quizá no lo suficiente como para no dejarme.
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