No podía apartar mi mirada de él y de lo que provocaba. Causaba tal destrucción que me sobrecogía y me hacía sentir pequeña y frágil, como si yo fuese una delicada muñeca de cristal que, con solo tocarla, se podía romper en mil pedazos. Cada vez giraba con más fuerza, el tornado no paraba ni un segundo de aumentar su velocidad y su fuerza. Me acurruqué más, fingiendo que la manta era un escudo protector que me iba a salvar de todos mis miedos. Se acercó a una enorme villa en mitad del campo, en apenas un momento se la llevó, lo hizo con tanta facilidad que parecía haberse levado una hoja de un árbol en vez de una casa de tres pisos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al verlo de cerca. El tornado ahora decidió cambiar de rumbo en un giro inesperado, contuve la respiración, en lugar de ir hacia el bosque se fue a donde irían todas las catástrofes, a un pequeño pueblo que nadie conocía. Yo lo veía todo desde mi sofá, envuelta en mi pequeña capa protectora, y aunque fuese imposible, sentía sus ráfagas de viento como látigos en mi piel, arañando mi cara con el azote de mi pelo. A medida que se acercaba al pueblo mi corazón latía con más fuerza y mi frente se perló de diminutas gotas de un sudor frío que me hacía sentirme aun más indefensa. Me situé en la ventana, incapaz de contener mi nerviosismo. Volví a dirigir mi vista hacia él. Ya había llegado. Lentamente me senté en el sofá, por la noche iba a tener pesadillas. Decidí hacer lo más lógico...
Apagué la televisión.
No volvería a ver una película de tornados, tormentas o cualquier otra catástrofe por el estilo.
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