Mis pensamientos iban y venían, en un sin fin de de cosas sin sentido. Miré a mi alrededor, estaba en un parque en mitad de la nada, mi pequeño parque en mitad de la nada con sangre en mis labios, sangre fresca y sabrosa. Me relamí de placer. Seguro que os estaréis preguntando qué hacía yo, una chica "normal", sola cuando ya había anochecido en un parque que nadie conocía y mucho menos con sangre en la boca. Todo tiene su porqué, y esta pregunta también. Como todas las historias empezaré por el el principio:
Llovía mucho aquel día, tanto que por las calles se habían formado pequeños ríos. Yo estaba observando las gotas resbalar por la ventana mientras, a la vez, creaba corazones con la yema de los dedos, en ellos estaban las iniciales de él y las mías. Suspiré. Jamás lograría conseguir a ese chico. Él era tan... perfecto, que yo a su lado parecía más insignificante que una pulga. No es que yo fuera fea, de hecho, todos decían que mi rostro era como el de un ángel, delicado y dulce. Pero había veces en qué pensaba que si era guapa por qué no se fijaba en mí. Él parecía no fijarse en ninguna chica, llegué a pensar que no le atraían, pero tampoco los hombre parecían gustarle.
Volví a suspirar. A pesar de que la lluvia no paraba, tenía que salir de mi pequeño refugio para hacer un estúpido examen de recuperación, malditas matemáticas. No las soportaba y tampoco me entraban en la cabeza, eran imposibles. Resoplé con cansancio. Me enfundé un par de vaqueros, mis vaqueros favoritos que esperaba me trajeran suerte, y cogí una chaqueta junto con un paraguas. Mi madre me llevó en coche hasta allí, se despidió de mí con la mano sin bajarse del coche, asegurándome que volvería a por mí al terminar ese infierno.
Antes de entrar en el aula, me santigüé a pesar de no ser católica. Era estúpido pensar que si no creía en Dios me fuese a ayudar, pero necesitaba toda la ayuda posible para superarlo, solo necesitaba un cinco y no creía conseguirlo.
Salí del examen con dudas, lo más probable es que lo suspendiera, tendría que recuperar la asignatura en septiembre. Me encogí de hombros, jamás entendería las matemáticas por mucho que me esforzase. Mi móvil empezó a sonar, lo cogí, era mi madre. Al parecer no podía ir a buscarme, tendría que ir en autobús o en taxi. Perfecto. Un día redondo. Me dirigía a la salida cuando de repente, por mi falta de atención, me choqué con alguien.
- Uy, lo siento... yo no te... - no pude terminar la frase. Me había dado de bruces con él, sin duda, mi día de suerte. Me ruboricé al cruzar la mirada con él.
- Tranquila, no te preocupes, ha sido culpa mía - me dijo con una sonrisa que hizo que me derritiese por dentro -. ¿Te vas a ir sola con este temporal? - me preguntó con voz preocupada, yo asentí, las palabras no podían salir de mis labios, me había quedado sin habla - En ese caso te llevo a casa en mi coche y no acepto un no por respuesta.
Le sonreí con timidez mientras me llevaba hacia su coche, un hermoso Mercedes azul oscuro. Mi rostro reflejaba la sorpresa, era el mejor coche que un chico de diecisiete años podía soñar, era incluso mejor. Sobretodo teniendo en cuenta que estábamos en un pueblecito que nadie conocía, no se podía pedir nada mejor.
Durante el trayecto estuvimos hablando de trivialidades, aunque más bien hablaba él y yo asentía o negaba, dependiendo de la pregunta. Me resultaba raro estar a solas con un chico, no estaba acostumbrada. Estuve disfrutando de cada segundo en su presencia, pero creía que ya tendríamos que haber llegado a mi casa hacia diez minutos.Levanté la vista, la lluvia había arreciado, pero todo estaba mojado. Me fijé en que las calles no me sonaban. Fruncí el ceño.
- Por aquí no se va a mi casa - dije mirando a la carretera.
- Lo sé, pero es que quiero enseñarte algo antes. Espero que no te importe - le miré anonadada, le iba a pregunta a dónde íbamos, aunque no me dio tiempo - . Te voy a llevar a un parque abandonado, es mi lugar favorito y quiero compartirlo contigo.
Me ruboricé y me quedé confusa pensando.
Cuando llegamos al parque me dijo que me sentase y yo obedecí sumisa, su voz era hipnotizante. Me era incapaz no escucharla con atención, era el mejor sonido del mundo.
- Quiero confesarte dos cosas - asentí expectante, incitándole a seguir hablando y dándole mi conformidad- , no quiero que corras ni grites, confío en ti - eso me halagó bastante, no pude evitar ruborizarme levemente ante aquellas palabras - . Lo primero es que me gustas mucho y que te quiero - una sonrisa se dibujó en mi rostro, él me correspondió con otra aún más radiante -, lo segundo es que... soy un vampiro - la sonrisa se borró de mi rostro en ese instante.
Y es así como estoy aquí. Ese mismo día me mordió, con mi consentimiento obviamente, de eso hace ya tres años. A mi madre no la he vuelto a hablar, solo la he visto de lejos y al principio parecía destrozada por mi repentina huida, pero mejoró con el tiempo. Las matemáticas siguen siendo un misterio, ese examen no lo aprobé. Saqué un tres y medio.
Oí sus pasos detrás mío, me di la vuelta y allí estaba él, tendiéndome la mano. Se había convertido en un ritual. Una vez al mes iba allí, me alimentaba de un animal y él me buscaba para seguir con nuestra vida juntos. Eternamente juntos.
2 comentarios:
Una historia muy interesante y bonita. Como novedad te digo que me encanta!!!!!!
Ya he publicado la 2º parte, a ver si relacionas los nombres falsos con los verdaderos. Los he puesto para no tener que poner losde verdad pero saber quién era quién. Besos = )
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