miércoles, 17 de junio de 2009

Me muero de aburrimiento

La noche oscura era iluminada vagamente con el titilar de las farolas. La brisa apenas traía sonido alguno. El aleteo de un par de murciélagos desorientados. El motor de un coche traqueteando en la lejanía. Los televisores de las casas vecinas sonando. Y un leve murmullo, un murmullo extraño, proveniente del cementerio, a las afueras de la ciudad. 
El cementerio era un lugar oscuro, carente de vida, muerto... o eso pensaba la gente.
- Aún recuerdo aquel día que marcó mi vida...
- ¡Más bien tu muerte! - el resto de las "personas" rieron su absurda gracia.
Jhon, un antiguo general de guerra, se levantó de su tumba, sus huesos crujían con cada movimiento realizado. Se sentó al lado de uno de los nuevos, Alex. Este estaba tumbado mirando el cielo estrellado con añoranza en los ojos.
- ¡Eh, tú, novato! ¿Te apuntas a una partida? - le dijo Jhon mientras se incorporaba y se encaminaba cojeando, al parecer había perdido la tibia en una apuesta y ahora estaba desaparecida, a un viejo grupo de fantasmas del que salían numerosas carcajadas que surcaban la noche.
- No tengo ganas - susurró Alex. Él pensaba que la vida de un muerto sería más divertida que eso, pero no. Solo podía salir de su tumba cuando la oscuridad hacía tiempo que había caído y no podía cruzar las verjas del cementerio. Aquello era horrible.
- Ya te acostumbrarás a esto - le sonrió Alma.
Alex se incorporó sorprendido. Tragó saliva nervioso, ella le estaba hablando. Alma era lo único que merecía la pena de allí. Ella también había muerto hacía poco, pero lo sobrellevaba bien, muy bien para ser sinceros, hasta parecía gustarle la idea de estar muerta.
- Es imposible acostumbrarse a esto. Hasta me parece más aburrido que vivir, si no estuviera ya muerto me moriría de aburrimiento - aquellas palabras lograron sacarle a Alma una enorme sonrisa junto con un par de risas.
- La muerte es así de aburrida porque tú quieres - se sentó a su lado -. Yo aquí me lo paso genial. He encontrado mi lugar y siempre se puede hacer algo. Como por ejemplo jugar a las cartas con los fantasmas de la segunda guerra mundial, te sorprendería lo graciosos que son. O gastarles bromas a alguno de los más viejos, con los años se han vuelto más cascarrabias - rió con alegría.
La verdad es que aquello no sonaba tan mal, al menos de su boca. Pensándolo detenidamente tenía una eternidad para divertirse...

martes, 16 de junio de 2009

Por las calles de Egipto


Levanté la vista al horizonte y una sonrisa se dibujó en mi rostro. La imagen era hermosa, todo un espectáculo. Las pirámides con las que tanto tiempo había soñado por fin las tenía delante, en todo su esplendor. El sol caía lentamente, llevándose consigo esos últimos rayos tan preciados. Mi padre me dio un empujón para que me moviera. Casi caigo al suelo, pero Same me agarró y me sonrió. 
- A empezar a trabajar, niña - me gritó mi padre.
Le miré un momento, pero no dije nada. Cogí mis cosas y me acerqué a los turistas que había por allí. Sentía la mirada atenta de Same sobre mí, se preocupaba mucho por mí, era encantador. Una joven española se acercó a mí para comprarme algunas pulseras, mi primer cliente. Me dirigió una mirada de pena por aquella vida que me había tocado, aunque no habló. 
La noche empezaba a caer con rapidez, el aire cada vez era más frío. Ya apenas había nadie en las pirámides, muy pocas personas se habían quedado a ver el espectáculo de luces.
Suspiré con amargura. A mi padre no le gustaría aquello, apenas había conseguido cinco euros. Probablemente hoy me tocase dormir a la intemperie. Me abracé con fuerza y empecé a caminar por las sucias y ruidosas calles de mi ciudad, mis pasos me conducían hacia los barrios exteriores de El Cairo. Casi me atropellaron un par de coches, algo normal aquí. Para nosotros verde es ir normal, ámbar acelera y rojo aprieta el acelerador. Lo más sorprendente es que apenas hay atropellos, llevó viviendo aquí catorce años y aún no lo he entendido.
Empujé la verja del cementerio y me dirigí a uno de los pequeños mausoleos que había por allí. Varias personas alzaron la vista para verme pasar a su lado, algunos me saludaron otros básicamente me ignoraron. Al llegar a "casa" Saladino, mi hermano pequeño de tan solo tres años, me abrazó con fuerza. El resto de mis hermanos, éramos doce, estaban sentados en el suelo alrededor del dinero ganado hoy, contándolo. Me aproximé a ellos lentamente con la cara hacia abajo y deposité mis cinco euros junto con lo demás. Mi padre me miró con decepción.
- Cleo - me llamó mi hermano mayor, Amid - , ¿eso es todo lo que has traído?
Asentí vagamente con la cabeza.
- Te dije que no volvieras a esta casa si no tenías más dinero que la última vez - me dijo mi padre alzando la voz.
- Lo sé y lo siento, pero hoy no había mucha gente y además la competencia es dura... - mi voz se acabó transformando en su murmullo.
- ¡No hay excusas que valgan! - gritó Amid, cada vez se parecía más a padre.
Noté como su mano chocaba contra mi cara con fuerza, una lágrima corrió por mi mejilla a causa del dolor. Me llevé la mano a la cara, estaba ardiendo. Le miré con odio.
- ¡No vuelvas a esta casa! ¡Nunca! - sentenció mi padre.
Los ojos se me abrieron desmesuradamente. Abrí la boca un par de veces, pero las palabras no salían. Estaba aturdida y confusa. Siempre me habían dado unos días para conseguir más dinero, lo conseguía aunque me costase. Pero echarme de casa, no me lo podía creer.
- Ya le has oído - dijo otro de mis hermanos entregándome una bolsa con mis pocas cosas. La intenté coger al vuelo, mis brazos estaban rígidos y el saco cayó al suelo de arena. Me agaché llorando y me encaminé a la salida. Saladino se agarró a mi pierna, lo aparté con suavidad y besé sus lágrimas. Le quería, sabía que era la único que echaría de menos.
Caminaba por las oscuras y peligrosas calles de El Cairo sin rumbo fijo. Mi mete seguía allí, escuchando una y otra vez aquellas duras palabras. Unas manos me cogieron por los hombros, me dieron la vuelta y me abrazaron con fuerza. Supe quién era a pesar de la oscuridad. Same siempre había sabido cómo encontrarme. Me llevó a su casa al lado del Nilo y allí encontré un nuevo hogar... Un hogar entre sus brazos.

lunes, 15 de junio de 2009

¿Qué le escribirías a un periódico?

Si pudieses publicar algo en un periódico y que todo el mundo lo leyese ¿qué escribirías? Yo, por mi parte, he pensado en esa posibilidad. Probablemente escribiría una carta al director/a sobre algún asunto que me llamase la atención o algo por estilo. Para probar la experiencia he escrito esta pequeña carta:

Sr. Director/a:
El día 23 de abril se conmemora todos los años en Cataluña la festividad de San Jordi, que coincide con el Día del Libro. Allí tienen una costumbre muy bonita: las personas que se quieren se regalan una rosa y un libro. Aprovechando estas líneas en el periódico que usted dirige, animo al resto de los españoles a que sigan este ejemplo.
Muchas gracias
Marina

lunes, 8 de junio de 2009

Memorias de un corazón roto

La música está alta. Miro a mi alrededor, la gente se mueve al ritmo de una acelerada melodía. Doy un par de tragos a mi bebida, el alcohol me pica en la garganta, pero no me importa. He venido a divertirme, aunque solo he conseguido deprimirme. Veo parejas besándose en los rincones y miradas de emoción. 
Venir aquí ha sido un error. Tendría que haberme quedado en casa llorando, viendo una de esas películas tan tristes y comiendo helado de chocolate. Suspiro. Mis amigas me convencieron para ir a la apertura de esta discoteca, debo reconocer que es impresionante. Las luces son atrayentes y la música hace que quieras bailar, pero no estoy de humor. Me han roto el corazón y solo quiero descansar.
- Ven a bailar, Claire - me dice Rose, mi mejor amiga. La miro con mala cara y muevo la cabeza negativamente. Me da pena arruinarle la fiesta, pero solo deseo irme a casa.
Se me acerca y me abraza con dulzura. Distingo comprensión en sus ojos, es tan buena. Ella quiere que sea feliz y no le gusta verme así. Sonrío intentando decirle sin palabras que estoy mejor. Miento muy mal por lo que se ríe de mi con una sonora carcajada.
- Me voy a casa, Rose, lo siento.
- Te acompaño...
- Ni se te ocurra - a pesar de mi malestar le dirijo una mirada asesina - . Tú te quedas aquí y te lo vas a pasar genial. Aprovecha, Rose, tú que has aprobado todo, hasta Física.
Veo su intención de replicar, pero consigo escabullirme de entre la gente. Cuando ya estoy en la salida miro a mi alrededor y observo que aún está en el centro de la pista, mirándome con una mezcla de sorpresa y de rabia por haberla engañado de una forma tan tonta. Le dedico una mirada victoriosa mientras salgo por la puerta. El aire es frío y me abrazo para darme calor. El ambiente de dentro era mucho más caldeado y lo noto. Dando algún que otro tumbo me dirijo a casa, mi dulce hogar.
Ya estoy cerca, doblo la siguiente esquina y al fondo la veo, con ese aura protector de siempre. En mi rostro se dibuja una sonrisa, no lo soporto y echo a correr. El viento me azota la cara, pero no me importa. De entre los arbustos sale una figura que me agarra por las muñecas. Grito y me retuerzo asustada. Me arrastra hasta la farola más cercana, es el hermano de Rose.
- ¿Qué haces aquí, Fran? - le digo ya recuperado el aliento.
- Te estaba esperando, me he enterado de lo que te ha hecho Mike y quería saber cómo estabas - sus ojos me muestran su preocupación.
- Estoy bien - aparto la cara para que no pueda ver la tristeza y el dolor en mis ojos.
- Siempre has mentido tan mal - se burla de mí - . Espero que a él no le importe mucho lo que voy a hacer.
Me besa. Le respondo. Es dulce y apasionado a la vez. Tierno y salvaje. Frío y cálido. Se separa de mí y me envuelve en sus brazos. Me doy cuenta de una verdad aplastante, nunca quise a Mike, solo me he enamorado de una persona y es de él, de Fran.
Le beso, el primero de muchos.

jueves, 4 de junio de 2009

Nueva vida


Tosí. El humo de los coches entraba en mis pulmones y hacía que la garganta me escociera. Mis ojos lagrimeaban, había mucha contaminación en el ambiente. Empecé a caminar, alejándome de allí. Llegué a un precioso parque en mitad de la ciudad. Había oído hablar de él, pero nunca me imaginé que Central Park fuera tan impresionante. 
Tanto verde me trajo recuerdos de mi lejano hogar, los fríos bosques de Alemania eran un lugar ideal para esconderse de los humanos. No es agradable llevar siempre un hechizo de camuflaje, prefería ser como era, pero había momentos en los que era mejor pasar desapercibida. Debía cambiar mi aspecto pues con mis orejas picudas, mis ojos grandes, mis rasgos finos y una esbelta figura, era fácil reconocer qué era, era una ninfa normal y corriente.
Pero tuve que abandonar todo aquello que amaba, mi preciosa casa en el tronco de un árbol, mis queridos amigos, mi antigua vida, para intentar limpiar el planeta. Esa era nuestra misión. Intentar borrar todo el destrozo que provocaban los humanos en la naturaleza, eso sí, de una forma sutil y sin llamar la atención. Aunque algunos seres mágicos (somos una gran variedad: ninfas, elfos, duendes, hadas, trasgos...) obviaban la parte de la discreción. Greenpeace es un gran ejemplo.
El viento movió mi cabello rubio rosado, el cual no había cambiado con el hechizo, puede que no fuese un tono normal, pero por lo que sabía había gente que se ponía el pelo con los colores del arco iris, dudo que les llamase la atención mi pelo. La brisa me trajo el aroma de flores... y magia. Estaba cerca de encontrar el punto de reunión. Solo tenía que seguir mi instinto.
Mientras paseaba fingiendo ser una persona más, me di cuenta de que la gente me miraba demasiado. Me observé con disimulo. Llevaba el pelo suelto que caía en cascada por mi espalda, una fina camiseta de tirantes para sobrellevar mejor el asfixiante calor de Nueva York en verano, unos vaqueros que me llegaban por encima de la rodilla y una sandalias que se ataban a mi tobillo. No detecté nada raro, no entendía el porqué de su atención, quizá mi pelo, aunque lo dudaba,así que seguí mi camino.
Encontré un pequeño claro que tenía una barrera mágica que impedía entrar a seres no mágicos. La crucé, sin saber qué me iba a encontrar al otro lado. Tragué saliva. Esperaba que me diesen una zona cerca del parque.
Allí había de todo. Pequeñas hadas revoloteando y haciendo carreras en libélulas. Elfos jugando al ajedrez. Ninfas bailando con duendes. Incluso las ondinas sacaban sus cabezas de un pequeño lago que había, para contemplar su alrededor. Todo aquello me resultaba tan familiar.
Un joven duendecillo se acercó a mí, dándome la bienvenida con un trébol de cuatro hojas, esperaba que me diera suerte. Le seguí amablemente hasta el centro del claro donde estaban lo que parecían ser los jefes, eran en su mayoría elfos, pues eran la raza más sabia y más antigua. Me presenté ante ellos, aunque ya me conocían.
Por suerte, me asignaron una zona cerca de allí. Tendría que ayudar a uno de los suyos. Se llamaba Ian, un nombre bastante humano para un elfo. Parecía bastante serio, se tomaba su trabajo en serio, eso sin duda. Pero también me resultó atractivo, nunca me habían atraído los de su raza, él era diferente. Pensé que tendría que conocerle mejor, una nunca sabe lo que puede pasar...
Ian me enseñó la ciudad ese día, como si de un guía turístico se tratase. Se conocía muy bien Nueva York, supuse que era porque nació allí. También aprovechamos para hablar un poco de nuestra vida, de ahí saber el dato de su nacimiento. Nos llevaríamos bien, mi instinto no me fallaba. Le sonreí con calidez cuando me mostró mi nuevo hogar, no era ningún árbol ni ninguna cama hecha con hojas. Era un pequeña cabaña entre los árboles del parque. Aquel era el comienzo de mi nueva vida.

lunes, 1 de junio de 2009

La vida real


Una figura se recorta en la orilla al atardecer. Sus pasos sobre la arena mojada inundan mis oídos, creando una melodía con una armonía atrayente. Las olas rompen contra las rocas con fuerza, el mar está embravecido. Escalofríos recorren mi espalda sin razón aparente. No hay nadie en la playa, sus pasos se han dejado de oír. Miro a mi alrededor, ya ha oscurecido, las estrellas iluminan mi noche sin luna. Decido dar un breve paseo, deseo sentir las frías gotas de agua salada rozar mis desnudos tobillos, que el olor que trae el viento entre en mis pulmones y me llenen de recuerdos. Camino sin rumbo fijo, intentando sin éxito encontrar mi lugar en el mundo. 
Suspiro. 
La noche se cierne sobre mí rápidamente, el día se termina. Debo regresar con ellos, con mi familia. Desearía escapar y encontrar el lugar al que pertenezco, pero me quedo aquí por ellos. Les quiero, mi ausencia los destrozaría, lo sé. Cierro los ojos, el agua salpica mi rostro, despidiéndome como cada noche. Los vuelvo a abrir, de repente todo parece más claro, con algún sentido.
Sonrío. 
Como cada día, al final de este, todo se torna fácil, sin complicaciones. Aunque solo es una ilusión, mi mente siempre crea fantasías imposibles para hacerme sentir bien conmigo misma. Pero, a la mañana siguiente, todo vuelve a ser la cruda realidad. Me voy, dejando mis huellas en el camino.

jueves, 28 de mayo de 2009

El tiempo se acaba...


Otro grano caía en el reloj de arena.
El tiempo se le acababa. Tenía que tomar una decisión, apenas le quedaban un par de minutos. Miró meditabunda al océano. No se veía capaz de abandonar aún este mundo, le quedaban tantas cosas por vivir. Solo tenía trece años, quería disfrutar de la vida. Su momento no había llegado. La muerte se lo acababa de decir.
- Decídete, niña. El tiempo se agota - le dijo la muerte con voz inexpresiva. 
Faltaba menos de sesenta segundos, cuando cayese el último grano de arena, debía decir que decisión había tomado. Seguir viviendo a lo largo de los años, ser feliz tener una familia, hijos, tener una vida o... dar su vida a aquella persona a la que más quería, darle la oportunidad de vivir una vida, de vivir su vida. ¿Iba a darle lo más preciada que tenía a él, al chico que la ayudó cuando nadie lo hizo, al chico que la abrazaba todas las noches y le susurraba te quiero antes de dormir, al chico que amaba? No hizo falta que se hiciese esa pregunta. A ella no le tocaba morir, no aún. A él en cambio, le había llegado la hora, pero todo podía cambiar si ella quisiera. 
Cerró los ojos, vio su sonrisa, saboreó sus besos... Una vida sin él no valía la pena, ¿podría él vivir sin ella? Supo que lo superaría, que encontraría a alguien que le quisiese, era fuerte, lo conseguiría. Ella no había hecho nada para merecerle ni para seguir viva, él lo había dado todo. 
No era justo.
El último grano de arena cayó. La muerte giró el rostro oculto por la capucha negra, esperando una respuesta.
- Déjale vivir - dijo con lágrimas en los ojos - , toma mi vida y mi alma...
La muerte se acercó lentamente. Ella miró una última vez a su amor, se despidió en silencio, pidiéndole que la perdonase por aquello.
- Te quiero... - dijo antes de sentir como la guadaña atravesaba su cuerpo arrebatándole la vida con un sutil movimiento.
Su cuerpo desapareció como motas de polvo, fundiéndose con el mundo...

lunes, 25 de mayo de 2009

Así es como pasó

Mis pensamientos iban y venían, en un sin fin de de cosas sin sentido. Miré a mi alrededor, estaba en un parque en mitad de la nada, mi pequeño parque en mitad de la nada con sangre en mis labios, sangre fresca y sabrosa. Me relamí de placer. Seguro que os estaréis preguntando qué hacía yo, una chica "normal", sola cuando ya había anochecido en un parque que nadie conocía y mucho menos con sangre en la boca. Todo tiene su porqué, y esta pregunta también. Como todas las historias empezaré por el el principio:

Llovía mucho aquel día, tanto que por las calles se habían formado pequeños ríos. Yo estaba observando las gotas resbalar por la ventana mientras, a la vez, creaba corazones con la yema de los dedos, en ellos estaban las iniciales de él y las mías. Suspiré. Jamás lograría conseguir a ese chico. Él era tan... perfecto, que yo a su lado parecía más insignificante que una pulga. No es que yo fuera fea, de hecho, todos decían que mi rostro era como el de un ángel, delicado y dulce. Pero había veces en qué pensaba que si era guapa por qué no se fijaba en mí. Él parecía no fijarse en ninguna chica, llegué a pensar que no le atraían, pero tampoco los hombre parecían gustarle. 
Volví a suspirar. A pesar de que la lluvia no paraba, tenía que salir de mi pequeño refugio para hacer un estúpido examen de recuperación, malditas matemáticas. No las soportaba y tampoco me entraban en la cabeza, eran imposibles. Resoplé con cansancio. Me enfundé un par de vaqueros, mis vaqueros favoritos que esperaba me trajeran suerte, y cogí una chaqueta junto con un paraguas. Mi madre me llevó en coche hasta allí, se despidió de mí con la mano sin bajarse del coche, asegurándome que volvería a por mí al terminar ese infierno.
Antes de entrar en el aula, me santigüé a pesar de no ser católica. Era estúpido pensar que si no creía en Dios me fuese a ayudar, pero necesitaba toda la ayuda posible para superarlo, solo necesitaba un cinco y no creía conseguirlo.
Salí del examen con dudas, lo más probable es que lo suspendiera, tendría que recuperar la asignatura en septiembre. Me encogí de hombros, jamás entendería las matemáticas por mucho que me esforzase. Mi móvil empezó a sonar, lo cogí, era mi madre. Al parecer no podía ir a buscarme, tendría que ir en autobús o en taxi. Perfecto. Un día redondo. Me dirigía a la salida cuando de repente, por mi falta de atención, me choqué con alguien.
- Uy, lo siento... yo no te... - no pude terminar la frase. Me había dado de bruces con él, sin duda, mi día de suerte. Me ruboricé al cruzar la mirada con él.
- Tranquila, no te preocupes, ha sido culpa mía - me dijo con una sonrisa que hizo que me derritiese por dentro -. ¿Te vas a ir sola con este temporal? - me preguntó con voz preocupada, yo asentí, las palabras no podían salir de mis labios, me había quedado sin habla - En ese caso te llevo a casa en mi coche y no acepto un no por respuesta.
Le sonreí con timidez mientras me llevaba hacia su coche, un hermoso Mercedes azul oscuro. Mi rostro reflejaba la sorpresa, era el mejor coche que un chico de diecisiete años podía soñar, era incluso mejor. Sobretodo teniendo en cuenta que estábamos en un pueblecito que nadie conocía, no se podía pedir nada mejor.
Durante el trayecto estuvimos hablando de trivialidades, aunque más bien hablaba él y yo asentía o negaba, dependiendo de la pregunta. Me resultaba raro estar a solas con un chico, no estaba acostumbrada. Estuve disfrutando de cada segundo en su presencia, pero creía que ya tendríamos que haber llegado a mi casa hacia diez minutos.Levanté la vista, la lluvia había arreciado, pero todo estaba mojado. Me fijé en que las calles no me sonaban. Fruncí el ceño.
- Por aquí no se va a mi casa - dije mirando a la carretera.
- Lo sé, pero es que quiero enseñarte algo antes. Espero que no te importe - le miré anonadada, le iba a pregunta a dónde íbamos, aunque no me dio tiempo - . Te voy a llevar a un parque abandonado, es mi lugar favorito y quiero compartirlo contigo.
Me ruboricé y me quedé confusa pensando.
Cuando llegamos al parque me dijo que me sentase  y yo obedecí sumisa, su voz era hipnotizante. Me era incapaz no escucharla con atención, era el mejor sonido del mundo.
- Quiero confesarte dos cosas - asentí expectante, incitándole a seguir hablando y dándole mi conformidad- , no quiero que corras ni grites, confío en ti - eso me halagó bastante, no pude evitar ruborizarme levemente ante aquellas palabras - . Lo primero es que me gustas mucho y que te quiero - una sonrisa se dibujó en mi rostro, él me correspondió con otra aún más radiante -, lo segundo es que... soy un vampiro - la sonrisa se borró de mi rostro en ese instante.

Y es así como estoy aquí. Ese mismo día me mordió, con mi consentimiento obviamente, de eso hace ya tres años. A mi madre no la he vuelto a hablar, solo la he visto de lejos y al principio parecía destrozada por mi repentina huida, pero mejoró con el tiempo. Las matemáticas siguen siendo un misterio, ese examen no lo aprobé. Saqué un tres y medio.
Oí sus pasos detrás mío, me di la vuelta y allí estaba él, tendiéndome la mano. Se había convertido en un ritual. Una vez al mes iba allí, me alimentaba de un animal y él me buscaba para seguir con nuestra vida juntos. Eternamente juntos.

jueves, 21 de mayo de 2009

Epílogo

Estaba en mi habitación mirando por la ventana después de que me diesen el alta hacía un par de días. Al salir del hospital me empecé a sentir vacía, como si algo ya no estuviese conmigo. No le di muchas vueltas al asunto. Hacía un sol radiante, un día perfecto para pasear y ser feliz, pero no podía, no quería. Me sentía mal, sabía que había perdido algo muy importante, y no solo la confianza de mis padres, los cuales pensaban que que tenía una vida de ensueño. Se sintieron mal al saber que me intenté suicidar, aunque yo tenía otras cosas en mente.
Llevaba horas mirando por aquella ventana, con la mirada ausente. Decidí dar un pequeño paseo, salir me vendría bien después de tanto tiempo encerrada. Los rayos de sol rozaban mi piel, los pájaros cantaban una hermosa canción. Estaba abstraída, pensando mientras miraba al suelo, las baldosas podían llegar a ser muy interesantes. Me choqué con algo, conociendo mi torpeza con una farola, levanté la vista confundida y me encontré con unos hermosos ojos avellana.
- ¿Estás bien? - me preguntó preocupado, su voz me sonó como la más bella melodía jamás escrita. Mi corazón latía con fuerza, la respiración se me corto y mis mejillas se tiñeron de leve tono rojizo.
- S... sí... - me costaba tragar, la lengua se me trababa. Sabía que le conocía, pero ¿de qué?
- Me alegro, Lara. No me gustaría volver a perderte.
Mi cara se llenó de confusión al oír aquellas palabras. ¿Cómo era que me conocía? Sabía mi nombre y dijo que no me quería volver a perder, ¿acaso ya me había perdido? Entonces, recordé algo, los momentos más felices de mi "vida".
- ¿Sayler? - dije con voz ilusionada.
Me sonrió con dulzura. Se acercó un poco más a mí y me agarró fuertemente de la cintura y me besó. Enredó sus dedos en mi pelo con pasión, enganché mis brazos en su cuello. Volvía a sentir el fuego que provocaba sus labios en mi boca, sus brazos en mi cuerpo. Tenerle cerca era maravilloso. Fue el mejor beso que puedo recordar.
Él perdió sus alas y su vida como ángel, para ganar una vida junto a mí.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Entre dos mundos IV


Se separó un poco de mí, perdiendo contacto. Quería sentir sus brazos en mi cuerpo, creando fuego a medida que lo recorrían. Me ruboricé ante tal pensamiento, pero él no pareció darse cuenta. Seguía en su lucha interna, buscando palabras o valor para decir algo, algo que podría cambiar mi vida. Me perdí en sus ojos como las avellanas durante un tiempo que se me hizo eterno, aunque maravilloso.
- No sé cómo decirte esto, me siento como un estúpido - se rió con cierto nerviosismo. Posé mi mano sobre su brazo, incitándole a continuar con una sonrisa en los labios. Vi como relajaba su postura, antes tensa. Yo por otro lado intentaba mantener una actitud tranquila, a pesar de que por dentro sentía el frenético bombeo de mi corazón, creía que se me iba a salir del pecho. Noté mis manos un tanto húmedas a causa de los nervios. Tragó saliva antes de hablar.
- Probablemente me vas a llamar loco, porque solo te conozco de vista desde hace años, aunque te conozca mejor que nadie. Yo quiero ser sincero contigo y por eso tengo que decirte que...
Contuve la respiración. Mi corazón dejó latir. El tiempo se paró.
- Te quiero - susurró acercándose a mí, todo iba a cámara lenta. Sus labios estaban a apenas unos pocos centímetros de los míos. Nuestras bocas se juntaron en un dulce beso, como si de una caricia se tratara. Se alejó de mí, dejándome con su sabor, que era incluso mejor de lo que había imaginado. Quería más. Era como el néctar más maravilloso que había sobre la faz de la Tierra. Vio mi cara de deseo y volvió a besarme, esta vez con más pasión. Me colgué de su cuello y noté como sus dedos se enredaban en mi pelo. Rozó mi mandíbula con su nariz, inhalando mi aroma y haciéndome sentir un cosquilleo. Nos separamos lentamente, sin querer perder el contacto, quedándonos así durante unos momentos. Disfrutando del contacto el otro.
- Lara - mi nombre salió de sus labios como la más bella canción que jamás de hubiese escrito - , no sabes cuanto me alegra que sientas lo mismo, pero...
¿Pero? ¿Qué pero podía haber en todo esto? Era perfecto, ¿acaso para él no? Me quedé mirándole expectante con el ceño levemente fruncido, quería oír lo que tenía que decirme.
- Esto es lo mejor que me podía pasar, pero no va a durar mucho y lo sabes. Vas a volver a la vida y no me vas a recordar ni a mí ni a nada de esto - posó su mano en mi mejilla en un inútil consuelo. En el fondo sabía que no podía ser, pero me prefería ilusionar a saber la verdad, es duro reconocerlo, pero es cierto.
- No puedo alargar lo inevitable, debo hacerlo ya o no habrá vuelta atrás - con cada palabra que pronunciaba mi corazón se rompía en mil pedazos. Mi primer amor y mi primer corazón roto, no era justo.
Una lágrima recorrió mi rostro. Me abrazó con fuerza, infundiéndome todo el cariño que podía. Oía palabras que salían de su boca en mi oído, palabras de amor que terminaría olvidando. Aflojó un poco sus brazos, el momento de la despedida se acercaba.
- Te quiero - susurré con la voz entrecortada.
- Y yo - dijo besándome con pasión, casi con furia.
Se alejó de mí, intenté alcanzarle, pero todo empezó a volverse blanco. Caí en la inconsciencia.

martes, 19 de mayo de 2009

Entre dos mundos III


- ¿Cuál es el plan? - susurré mientras aún estaba en sus brazos, notaba como mi corazón latía con fuerza, cosa que me era incapaz de parar. Además sentía algo en mi interior, algo que no había sentido antes, pero no sabía qué era, al menos, de momento.
- Hay un modo de que recuperes tu vida - acarició mi mejilla con la punta de sus dedos, provocándome un escalofrío de placer, eso pareció hacerle sonreír - , puede que no te guste mi idea, pero es la única posibilidad que hay para que no te quedes en coma para siempre.
Mi rostro se descompuso al oír esa mención sobre mi coma, hasta pensar en la palabra me hizo agarrarme con más fuerza a Sayler, que ese era su nombre, el nombre de mi ángel. Yo me imaginé que sería algo más convencional como Gabriel, pero su nombre me fascinó tanto como él. Sayler al ver mi reacción me abrazo con más ímpetu antes de volver a hablar, en un tono tranquilizador y seguro.
- Sé que es duro hablar del tema, pero tienes que ser fuerte.
Tragué saliva un par de veces, me era difícil hablar del tema sin ponerme a llorar de nuevo, pero mis ojos se mantendrían secos, volví a repetir mi pregunta inicial.
- ¿Cuál es el plan? - me dedicó una media sonrisa que hizo que el color volviera a mis mejillas. Un leve rubor que me hizo esconder la cara en su hombro. Al estar tan cerca de él podía saber cómo olía, distinguí una fragancia a pino y a flores silvestres. Mi mente divagó en pequeñas fantasías. Él y yo en mitad de un campo, abrazados, disfrutando de la compañía y del contacto del otro. Mi rostro se iluminó.
- Es simple y efectivo. Daré mis alas por ti.
La sonrisa desapareció de mi cara. Le miré con horror, ¿qué quería decir con eso? ¿Qué me iba a dejar? ¿Qué no le iba a volver a ver? ¿Qué él iba a... a morir? Nada de eso me gustaba, todo era terrible. Tenía que haber otra solución. No podía terminar así, no quería estar así.
- ¿Qué? - logré decir finalmente, la desesperación se palpaba claramente en el tono de mi voz. Las lágrimas deseaban salir, pero yo no iba a permitir que Sayler me viera así otra vez, no se lo merecía.
- Voy a dar mis alas para que recuperes tu vida - repitió lentamente - . No recordarás nada de todo esto cuando te despiertes - iba a preguntarle por qué, pero no hizo falta - , porque le pedí a, digámosle, "mi jefe" que me dejase conocerte personalmente antes de que entregase mis alas. Quería conocerte, verás, yo...
Parecía no encontrar las palabras adecuadas. No sabía qué quería decrime, pero yo deseaba oír algo que era imposible, quería oír que me quería. Su preocupación por mí me hizo sentirme especial, le importaba, le importaba mucho, tanto como para dar lo más valioso que tenía para que yo viviese, aunque quizá no lo suficiente como para no dejarme.

lunes, 18 de mayo de 2009

Entre dos mundos II


¡¿QUÉ?! ¿Coma? Eso era, era imposible. Yo estaba allí de pie, junto a él, cómo iba a estar en coma. Posó una de sus manos debajo de mi barbilla, haciendo, en un sutil movimiento, girar mi cabeza lo justo para que pudiese verme a mí tumbada en la cama con tubos en todo el cuerpo. Un escalofrío recorrió mi espalda. En mi rostro se dibujo una máscara de horror.

- ¿Estoy muerta?

- No - susurró suavemente acariciándome la mejilla –, eres un espíritu que está atrapado entre los dos mundos, el mundo de los vivos y el de los muertos - hizo una breve pausa, intentando buscar las palabras adecuadas - . Sé que esto no es lo que querías, pero tenía que hacer algo para que te dieses cuenta de todo lo que dejas atrás. Quería hacer algo por ti.

- No te entiendo... - mi voz se fue perdiendo, estaba demasiado confusa como para pensar con claridad.

- Saltaste desde el balcón de tu casa, querías acabar con todo, aunque de una forma un tanto drástica, debo decir. Esa no fue la mejor opción - dijo llevándome al sofá que había - , ¿lo recuerdas?

Vino a mi mente la imagen que él acababa de describir. Estaba yo, con lágrimas en los ojos, al filo del balcón, despidiéndome de todo, iba a poner fin a mi vida, a mi patética vida. Entonces salté. Lo último que recuerdo fue el suelo acercase a mí lentamente, como si se hubiese parado el tiempo. Cerré los ojos con fuerza y, después, todo se volvió negro.

Sentí como a mis ojos volvían las lágrimas, fieles amigas de mi vida, empezaba a ver borroso por ellas. Sentía sus fuertes brazos rodeándome el cuerpo, en un intento de consolarme. Era un espíritu atrapado, estuve atrapada en vida y ahora seguía igual. Lloré con más fuerza. Me agarré a él , no me quedaba nada, solo él, mi ángel. Le acababa de conocer y ya lo necesitaba más que al aire.

- Te he fallado, lo siento, pero te voy a recompensar - susurró en mi oído con voz suplicante, me pedía perdón por algo de lo que él no tenía la culpa, mi suicidio era mi decisión y ya no había vuelta atrás. En su voz, a pesar de haberme suplicado, tenía un deje seguridad y certeza que me hizo alzar la cabeza y mirarle a los ojos - . Solo necesito tu ayuda y que creas en mí.

- Eres lo único que me queda - dije entrecortadamente a causa de mis continuos sollozos. Al pronunciar aquello, su rostro se iluminó. Me dio un beso en la frente, noté como el rubor volvía a mis pálidas mejillas.

domingo, 17 de mayo de 2009

Entre dos mundos I


Sentí algo extraño al despertarme, abrí poco a poco los ojos, pero la luz me pareció demasiado fuerte, tarde un poco en acostumbrarme. Cuando finalmente conseguí ver mi alrededor, me quedé confundida. Las paredes eran blancas, había un sofá verde oscuro, bastante duro a juzgar por su aspecto, a un lado de la cama, una pequeña mesa con un par de revistas de cotilleos y de algo que no veía con claridad. Yo estaba envuelta en ásperas sábanas claras, que rozaban mi piel aunque no las sentía. Un pitido llamó mi atención. Bip, bip, bip. Era el latido de mi corazón en un monitor. Me encontraba en la habitación de un hospital. Estaba asustada. ¿Qué hacía yo allí? ¿Qué me había pasado?
Lentamente me incorporé, intentando asimilar donde estaba. Apoyé mis manos en el borde de la cama para levantarme. Mis pies rozaron las baldosas del frío y duro suelo. Una vez en pie, recorrí la habitación con la mirada. Me paré al ver a alguien apoyado en la puerta. Era un chico, con el pelo negro cubriéndole parte de los ojos, unos bellos ojos color avellana que me miraban con expectación. Tenía una media sonrisa que hizo que mi corazón latiese con más ímpetu. Era muy guapo, jamás había visto nadie como él. Aún con la sonrisa bailando en sus labios se acercó lentamente a mí, me costaba respirar.
- Por fin te has despertado, hacía horas que te estaba esperando - me dijo poniendo un mechón de mi pelo castaño claro detrás de la oreja. Me ruboricé cuando dejo caer su mano por mi mejilla, apenas una leve caricia.
- ¿Quién eres? - susurré después de haberme tranquilizado un poco, la garganta me dolió al pronunciar aquellas palabras, a mis oídos pareció más un gruñido. Lo cual me hizo ponerme aún más roja.
- Soy... - vaciló antes de responder a mi pregunta, cruzando por su cara el reflejo un atisbo de duda, finalmente con un suspiro dijo - soy tu ángel. Me han enviado para protegerte, pero no he hecho un buen trabajo.
Le miré atentamente esperando que me sonriera, y que era broma. Que era cualquier otra persona, cualquiera menos un ángel, mi ángel. Ese momento no llegó. Tragué saliva, había dicho que no había hecho un buen trabajo, a pesar de que yo estuviese ahí.
- ¿A qué te refieres? - las palabras brotaron de mis labios como un soplido, apenas audible. Me volvió a mirar con sorpresa en sus bellos ojos avellanas.
- Estás en coma.

martes, 12 de mayo de 2009

Horizonte


En una tarde clara y amplia como el hastío,
cuando su lanza blande el tórrido verano,
copiaban el fantasma de un grave sueño mío
mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.

La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el grave soñar en la llanura...
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura.

Antonio Machado



Hacía tiempo que no subía un poema y quería compartir con vosotros este bonito poema de Machado, gran conocido de los aficionados por la poesía.

lunes, 4 de mayo de 2009

Tornado


No podía apartar mi mirada de él y de lo que provocaba. Causaba tal destrucción que me sobrecogía y me hacía sentir pequeña y frágil, como si yo fuese una delicada muñeca de cristal que, con solo tocarla, se podía romper en mil pedazos. Cada vez giraba con más fuerza, el tornado no paraba ni un segundo de aumentar su velocidad y su fuerza. Me acurruqué más, fingiendo que la manta era un escudo protector que me iba a salvar de todos mis miedos. Se acercó a una enorme villa en mitad del campo, en apenas un momento se la llevó, lo hizo con tanta facilidad que parecía haberse levado una hoja de un árbol en vez de una casa de tres pisos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al verlo de cerca. El tornado ahora decidió cambiar de rumbo en un giro inesperado, contuve la respiración, en lugar de ir hacia el bosque se fue a donde irían todas las catástrofes, a un pequeño pueblo que nadie conocía. Yo lo veía todo desde mi sofá, envuelta en mi pequeña capa protectora, y aunque fuese imposible, sentía sus ráfagas de viento como látigos en mi piel, arañando mi cara con el azote de mi pelo. A medida que se acercaba al pueblo mi corazón latía con más fuerza y mi frente se perló de diminutas gotas de un sudor frío que me hacía sentirme aun más indefensa. Me situé en la ventana, incapaz de contener mi nerviosismo. Volví a dirigir mi vista hacia él. Ya había llegado. Lentamente me senté en el sofá, por la noche iba a tener pesadillas. Decidí hacer lo más lógico...
Apagué la televisión.
No volvería a ver una película de tornados, tormentas o cualquier otra catástrofe por el estilo.

domingo, 26 de abril de 2009

Mi búsqueda


Me sumerjo en mi mente,
buscando algo, pero no sé qué.
Llevo intentando encontarlo toda mi vida, 
sin motivo, sin razón,
solo una leve intuición.

Le lanzo preguntas a mi alma,
en un inútil intento de encontrar respuestas.
Allí no hay nada
nada que me dé una pista de dónde buscar.

En mis recuerdos no hay lo que tanto ansío,
decido mirar al futuro,
allí está lo que buscaba.
Al principio letras sin sentido,
pero poco a poco lo veo,
forman algotu nombre.